Son torpes, inútiles, vacías de significado, de sentido. Todo el mundo me hace ver que no vale la pena que sean escuchadas, ya que nadie nunca les prestó atención. Mis saludos, mis respetos, mis chistes y cualquier tipo de sonido que salga de mi cavidad bucal es indiferente al universo, y todo lo que a él conforma pareciera distanciarse, lenta y sórdidamente, ante el mínimo gesto de pronunciar alguna palabra.
Cada opinión, cada acotación que profiero pasa inadvertida ante el difuso auditorio que hace caso omiso de mis pronunciaciones; como quién cierra una puerta en el otro lado del mundo, nadie se entera de lo que yo digo.
Mis palabras son huecas, sordas, mudas, brutas, ignorantes y torpes. Hasta los niños rehuyen de mis dulces arrullos paternales que con cariño evoco. Hay mujeres para las cuales existo sólo como un cuerpo con nombre, y ninguna de ellas escuchó mis tiernas declaraciones y desesperadas súplicas de amor; definitivamente ni me tuvieron en cuenta.
Mi escaso vocabulario me aburre a mí mismo; recitaría un poema de tres palabras neutras y sería capaz hasta de auto-ignorarme. No tengo capacidad de reflexión, me distraen mis propios pensamientos, y mis discursos aturden al más concentrado por ser ellos una maraña de balbuceos inentendibles. Siento que mis palabras me consumen a mí mismo y que me envuelven en una jaula de hierro forjado. En su interior todo me asfixia.
¡Si alguien pudiera escucharme!
¡Si yo pudiera comprenderme!
Santiago Pfeiderer
1 comentario:
¿perdón? dijiste algo? ja ja... ya hablamos del tema amigo, Cris.
Publicar un comentario